domingo, mayo 30, 2010

Flecha Rota

Suena a nombre de jefe indio, o a disco de Neil Young que lo es, aunque en realidad es el nombre en clave de un accidente nuclear. Y no fue menor el que ocurrió en Palomares en el año 66, mantenido, como no, como todos los asuntos desagradables, bajo la alfombra.


Nunca había tenido la oportunidad de charlar al respecto con algún testigo presencial, hasta que me tropecé con el pastor de la foto. Dijo tener treinta y un años cuando ocurrió la catástrofe, lo que le hace tener setenta y cuatro y todavía en el tajo.


Con mucha desconfianza al principio, porque no le gustan los periodistas -se ve que se ha tropezado con alguno- se ablandó un poco y talvez por el calor o la soledad terminó explayándose con detalles interesantes y desconocidos para mi.


Se quejó amargamente de casi perecer de hambre a causa del accidente, nadie quería ni los tomates ni la leche de las cabras, su sustento, y por miedo ni ellos mismos los consumieron al principio. Recibió por la leche y los tomates diecinueve mil pesetas -si no me equivoco trescientos quince dólares de la época- la vigésima parte de lo que el calculaba en pérdidas, y echaba pestes, sobre todo de ¿cómo Franco dio permiso para que volaran de esa manera sobre nuestras cabezas? Si tan solo supiera...

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