Me recordó las misas a las que asistía de niño, antes del concilio que de latín y de manera solemne y casi oculta puso a los oficiantes católicos de frente al público y oficiada en lengua viva.
En casi todas la iglesias ortodoxas son muy estrictos con el ritual, no se permite fotografiar, las mujeres no pueden entrar sin velo, los hombres sin la vestimenta adecuada. Aunque al estar como en casa hubiese podido tomar más fotos, la verdad es que la solemnidad del acto hizo que tomase muy pocas, por miedo a romper el rito, hacer ruido o a estorbar.
La misa es larga y los asistentes permanecen durante toda la duración de pie. El lenguaje es ruso aunque con arcaicismos, pero comprensible para mi nivel. Sobran las referencias institucionales del tipo que Dios cuide al obispo de nuestra diócesis etc etc. y el rito se lleva a cabo como el antiguo católico de espaldas a los asistentes y encerrado en un área especial apartada.
Puedo decir que me vi contagiado por la solemnidad y disfruté ampliamente del rito, recuerdos de niñez y juventud, cuando asistíamos a misa casi a diario.
Gracias al padre Arkady, a los miembros del coro Lena y Viktor, pareja venida de la ciudad a vivir una vida más laboriosa pero tranquila en la aldea y a todos los que me hicieron sentir en casa, a miles de kilómetros de ella.
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